Comentario
Como parece lógico pensar, el primer foco de atención de las restauraciones habría de ser los recintos defensivos. En este sentido, según escribe el Albeldense, Ordoño I circundó con muros y levantó puertas en ciudades abandonadas de antiguo como León, Astorga, Tuy y Amaya. Aunque no todos los cronistas coinciden en ese abandono de ciudades, sí parecen estar de acuerdo en que la restauración se llevó a cabo en mayor o menor medida. De León sabemos que conservaba grandes edificios, como el pretorio, las termas, parte de la red viaria romana, la catedral, el palacio arzobispal, residencias señoriales y un número importante de monasterios e iglesias. Posiblemente algunos de estos edificios serían reaprovechados en un primer momento y se readaptarían, de acuerdo a las necesidades funcionales.
Muestra de esta afirmación que acabamos de hacer es la conversión de las termas de León en aulas regias por parte de Ordoño II, según nos relata Sampiro; o la construcción de una iglesia con dos altares en una torre del muro de la ciudad y un suntuoso palacio en un solar, donde había dos torres, obras ambas que efectuaron el conde Munio Fernández y su esposa, Elvira. Fruto de esa misma reutilización debió ser la instalación de las religiosas del monasterio de Santa Cristina, quienes, al volver de tierras cordobesas -donde, al parecer, habían sido llevadas cautivas-, se instalaron en una casa, donde acomodaron el oratorio.
Transcurrido algún tiempo, se acometería la empresa de levantar nuevas construcciones, utilizando en su fábrica materiales, especialmente soportes, vanos, etc., de la obra anterior, para pasar, por último, al acabado y aprovisionamiento de los interiores, así como de los objetos muebles.
En este sentido, centrándonos ahora en los templos, las descripciones de ajuares litúrgicos con que se dotan las iglesias en la documentación son tremendamente detalladas. El interés con que se enumeran cruces, capsas, candelabros, luminarias, coronas, patenas, cálices, candelabros e, incluso, vestimentas litúrgicas y de adorno, especificando en todos ellos el material con que están hechos, es algo más significativo. Como no lo es menos la expresión que asiduamente se emplea en la dotación "pro luminarie eclessie", es decir, para la iluminación, adorno o embellecimiento del interior, metáfora que, acaso, esconde una referencia al oro o plata con que están realizados.
Los datos hasta aquí expuestos, pese a ser una mínima parte de los documentos, son suficientes para hacernos una idea de la importancia de la restauración llevada a cabo en la décima centuria. Pero, detrás de todo ello, se esconde algo que es imprescindible tener en cuenta: cuando los repobladores se instalan en las nuevas tierras, conocen las formas y técnicas constructivas de los edificios allí existentes, las asimilan y yuxtaponen al bagaje cultural que ya traen de sus lugares de procedencia. De este modo, al neovisigotismo de Alfonso II, perfectamente vivo en Asturias, continuado bajo el reinado de Alfonso III, se une la visión directa de las propias formas hispanogodas que prodiga la arquitectura del valle del Duero. Se produce así una actualización del período preislámico, y es en este proceso donde, como ha señalado I. Bango Torviso, se desarrolla el esplendor creativo de nuestra décima centuria que facilitará después la rápida asimilación del románico.